martes, 2 de octubre de 2012

Esclavos del odio



Odio tanto a mi compañero de trabajo que no puedo dejar de pensar en él...

Menuda paradoja. Es como si tuviésemos un dolor de muelas terrible y lo solucionásemos no yendo al dentista, es decir, tomando el camino que no elimina el dolor.
De pequeños, cuando teníamos un problema estaba claro que quien estaba a nuestro cargo lo iba a solucionar... ¿Y ahora? ¿Qué pasa cuando tenemos un compañero de clase que nos fastidia todos los recreos y nos quita la merienda?
Los niños tienen unos mecanismos de resistencia muy fuertes y saben hacer, casi todos, borrón y cuenta nueva. Ese arte de borrar de la mente lo que no nos gusta y empezar de nuevo es un mecanismo que de adultos no se hace con tanta facilidad, de ahí que aparezca la temida rumiación, "no puedo dejar de pensar en aquello que me duele tanto".
¿Qué pasaría si con una terapia pudiésemos conectar con aquellos recursos que sí tenemos para gestionar aquello que nos pasa? 

Entonces no penaríamos el que la vida no sea lineal ni predecible.



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