Cuando vives la experiencia de adentrarte en la Unidad de Paliativos de un hospital es como si el mundo se parase y en medio del mar apareciese una isla con una palmera esperando a que descanses en ella.
Ver a los profesionales (médicos, auxiliares, enfermeros...) trabajar con el máximo de delicadeza con enfermos cuya esperanza de vida es, francamente corta, y sabiendo que todos los tratamientos posibles farmacológicos son para hacer que el enfermo pase por el trance de la muerte de la forma menos dolorosa posible es, absolutamente, digno de respeto, mención y agradecimiento.
Estos profesionales hacen una labor de empatía magistral que merece un aplauso. Convivir con la muerte tan de cerca es tarea digna de un capitán de barco. El ser humano se debate entre asumir que se muere y tratar de esconder dicha realidad aunque sea bajo la alfombra y estos equipos no sólo la huelen cada día, sino que la aceptan.
Ojalá estas islas sean cuidadas con amor y respeto y no llegue el día que en vez de palmera veamos un edificio haciendo publicidad, porque este tipo de trabajo va más allá de cualquier aspiración profesional. Se mueve con otros valores, probablemente, valores humanos ancestrales de cuidado a la comunidad y del respeto al que se va, sin pedirle cuentas de lo que hizo, solo ayudándolo a tener un tranquilo final de fiesta.
Dedicado a la Unidad de Cuidados Paliativos del hospital Virgen del Rocío de Sevilla.
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